lunes, 3 de marzo de 2014

La utopía de la integración perfecta


Este era el título de la jornada organizada en Zürich por la Asociación de Mujeres Españolas en Suiza el sábado pasado.

Mujeres emigrantes en Suiza


Desde las 10 de la mañana y hasta las 6 de la tarde las casi 80 mujeres que asistimos a este evento pudimos hablar, debatir, compartir experiencias e inquietudes, aprender técnicas para lograr que la emigración no sea tan difícil, y muchas cosas más.

Había mujeres de todas las edades, de diferentes lugares de España y de América Central y del Sur. Algunas llevaban 50 años viviendo en Suiza y otras, como yo, habían llegado recientemente.

Variados eran también los motivos de la emigración de todas nosotras: trabajo, estudios, amor, búsqueda de una mayor calidad de vida,…


La integración en Suiza


Varias de las ponentes trabajaban en departamentos de integración de diferentes ciudades suizas. Dos de ellas eran lo que en Suiza llaman “secondos”, hijos de padres españoles que llegaron a Suiza entre los años 50 y 70 a buscarse las habichuelas. Contaron su experiencia desde el punto de vista de alguien que nació ya en Suiza, que se ha criado en este país, pero que ha tenido en casa unos referentes españoles. Una de ellas contó, por ejemplo, que mientras que sus compañeros de clase suizos iban vestidos de manera cómoda (ya hablaremos de esto otro día) y los domingos se iban a pasear por la montaña, ella iba vestida con un vestido mono y los zapatitos de los domingos y se iba con sus padres a pasear alrededor del lago. La otra ponente, por ejemplo, explicó que a pesar de haber nacido y haberse criado en Zürich y hablar alemán y suizo perfectamente, cuando un suizo habla con ella sigue preguntándole de dónde viene, pues por el aspecto parece italiana o española.


Otra de las ponentes era suiza y trató de aclarar algunos puntos que pueden ser muy chocantes para los españoles cuando llegamos a Suiza. Por ejemplo, en Suiza (al igual que en Alemania y otros países) los hijos cuando cumplen 18 años se van de casa, y si no se van, los padres se encargan de hacerles entender que deben irse.  En España, como es bien sabido, los jóvenes no se van de casa hasta pasados los 30 en muchos casos. Está claro que la falta de trabajo y la economía juegan un papel importante en esta diferencia, pero también la mentalidad y tradición de ambos países tienen algo que ver. El fin de todo ello es lograr que los jóvenes sean independientes, que sepan gestionarse su vida en todos los sentidos desde que son mayores de edad. Y, de esta manera, los padres también recuperan su espacio como pareja, y pueden hacer todo tipo de actividades sin tener a alguien en casa que depende de ellos.

Otra cosa que puede parecer curiosa a la vista de un español es que el círculo de amistades es mucho más importante para un suizo que el círculo familiar de tíos, primos, abuelos, e incluso padres y hermanos: “a tus familiares no los eliges, a tus amigos sí”.


Una psicóloga y una psicoterapeuta nos enseñaron las diferentes fases por las que pasa el emigrante, cómo nos afectan y cómo pueden superarse.

Como es lógico, la conclusión fue que hay muchas cosas que nos gustan de Suiza (el civismo, la limpieza de las calles, la puntualidad de los transportes, la seguridad de que todas las cosas funcionan perfectamente, el nivel educativo,…) y otras que no nos gustan tanto, o que son más difíciles de entender (la dificultad de conocer suizos y de entablar relaciones de amistad con ellos, el racismo que a veces existe contra los emigrantes, el resultado de la reciente votación del 9 de febrero para limitar la entrada de extranjeros provenientes de la Unión Europea, etc.)

La última palabra la tuvo una de las mujeres participantes que también vive en Basel, y contó su experiencia en este país. Su conclusión me pareció un punto final magnífico: el suizo es generoso.

¡Horror, me he vuelto suiza! ¿O es esto algo positivo? 



Este era el título de una de las ponencias. Y pensándolo bien, creo que yo ya era “suiza” antes de venir a este país. Y que conste que soy española y que me encanta España, pero creo que la crítica constructiva viene bien de vez en cuando.

Personalmente, no he sufrido ningún problema de racismo en el país de Heidi. En el tiempo que llevo en Suiza todo han sido facilidades. Al menos, esa es mi experiencia viviendo en Basel. Aunque no todo el mundo ha tenido esa experiencia. Siempre que sigas las normas establecidas no tendrás problemas. Y creo que esto es así aquí y debería ser así en cualquier otro lugar. Quizás pueda parecer un poco raro que uno no pueda hacer ruido que moleste a partir de las 10 de la noche (en España también existe una ley de este tipo, la diferencia es que aquí se cumple y en España no); que haya que tirar la basura en un horario determinado, y no cuando nos da la gana; que no haya lavadora en las casas, sino en el sótano y que sea comunitaria y haya horarios para utilizarla; y otras muchas cosas más que contaré en otra ocasión.



Pero quizás, en mi caso, eso era lo que he estado buscando toda mi vida: normas de convivencia que se respeten, no tener que llamar a la policía noche sí y noche también porque los vecinos ponen música a un volumen insoportable a las 4 de la mañana; no tener que pasar por delante de un contenedor de basura a las 10 de la mañana en pleno julio y tener que taparme la nariz porque está de basura hasta arriba, cuando el camión pasó a recogerla la noche anterior.

Y quiero que mi hija aprenda esas normas cívicas de respeto al prójimo, de educación básica. Sí, ya sé que eso se enseña en casa. Pero es difícil explicarle por qué la persona que va andando delante de ella saca el último cigarrillo de la cajetilla, la arruga y la deja tirada en medio de la acera. O por qué cuando los perros hacen caca en la calle sus dueños no la recogen.


Aquí el profesor todavía tiene el respeto de sus alumnos, y eso influye en la educación que mi hija recibe (y que conste que las profesoras que mi hija tuvo en Madrid y Barcelona eran unas auténticas profesionales, a las que les encantaba su profesión).

Yo dejé de trabajar fuera de casa para criar a mi hija durante 4 años y medio. Así que, a lo mejor, es por eso por lo que no me choca tanto que en Suiza las madres estén en casa con los polluelos hasta que estos tienen unos 10 años, y entonces se reenganchen al mercado laboral, con un horario reducido (puede ir desde el 14% al 80% de la jornada laboral, que en Suiza es de 42 horas). Que nadie me malinterprete: considero que tanto la opción de llevar al niño a la guardería como la de cuidarlo una misma una temporada son igual de válidas, cada persona tiene que tener claro cuáles son sus prioridades.

Resumiendo, que lo mismo yo ya era un poco suiza antes de venir, y por eso no he tenido problemas de adaptación, como sí le pasa a otras españolas con las que he hablado. O quizás esté en la fase de luna de miel que nos contaron, y me caigo del guindo en unos meses.
Por el momento, estoy muy a gusto viviendo aquí. Y encima hemos tenido un invierno que ha sido como una primavera, con lo cual no he echado en falta las horas de luz que había en Madrid, pues en Barcelona sí las echaba de menos, aunque pueda parecer raro. ¿Qué más se puede pedir?

Tres en Suiza.

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